8/19/2005

Larga vida al dictador

Fredy Cancino Creo que Gladys Marín lo dijo: larga vida al dictador. Intuía tal vez el iceberg que lentamente ha ido aflorando hasta hoy, develando una tras otra las felonías de una familia que, montada en la grupa del furioso cuerpo armado de 1973, por 17 años se embriagó en un poder omnímodo que parecía sin fin. Un pedestal que les hacía creer por encima del bien y del mal. Pero como siempre, los dioses ciegan a quienes quieren perder.

Primero lo increíble, la detención en Londres y el comienzo de la tragicomedia que embadurnó para siempre el honor del Capitán General. La simulación y las triquiñuelas posteriores no hicieron sino confirmar lo que las voces de la Historia afirmaban: éste, nuestro dictador, fue sólo una trágica mezcla de astucia, impavidez y oportunismo; de la terrible misión que como soldado dijo asumir, nada. Humo que ocultaba una desmesurada ambición que hoy sabemos no sólo era de poder, también de dinero. Éstos, sus últimos años, han sido la exhibición atroz de lo que el miedo humano puede mostrar. El hombre ha debido fingir enfermedades, entregar explicaciones cándidas (o idiotas) que él y su entorno se han esmerado en preparar; obligado, ha seguido haciendo gala de su peculiar cinismo, pero esta vez agónico heredero de la soberbia de antaño. Intentó aferrarse a la senaduría que había confeccionado para sí, pero jueces, alguna vez insignificantes para él, derribaron ese último escondite y tentativo de impunidad. Arrestos domiciliarios, desfile de hijos, esposa y yernos ante los tribunales, hasta la gran vergüenza final: la sangrienta misión de la providencia autoasignada, aquella por la cual debió matar, torturar y perseguir, se resolvía finalmente en 128 cuentas ocultas en el extranjero y 27 millones de dólares a su haber, con relativo daño al erario de la Patria que decía salvar y amar. En este triste ejercicio de monedas y faltriqueras reside la clave que permite decir que no estamos ante una tragedia humana producida por el error de convicciones o terribles ideales, que eso alguna dignidad tiene. No, la grandiosidad histórica que se empeñaron en otorgarle a esos 17 años, era al fin y al cabo la coartada inconsciente para el enriquecimiento de una familia. El general que se encoge en sí mismo, huyendo de la propia responsabilidad, debía sufrir aun las últimas estocadas de quienes cantaban a su gloria. Uno tras otro comienzan a negarlo, a olvidarlo, a evitar hablar de lo que eran hazañas del pasado. La derecha chilena, la política y la económica, lavaron apresuradamente la herencia de poder y riqueza que el dictador les había construido. Las fuerzas armadas, bastión personal y hoguera de su propia vanidad, se aleja de su figura y obra, sacudida por la lenta pero incisiva transformación que las ha ido sacando del ghetto y acercándolas a una concepción moderna e institucional de su misión. En el horizonte, se perfila el “buen soldado”, preparado y confiable, avergonzado quizás del antiguo dictador. Ha habido muchos tipos de finales para los dictadores del mundo. Algunos escapan por la fuga o la muerte, como Franco o Batista. Otros son víctimas de la furia popular, como Mussolini y Ceascescu; hay otros que terminan con los huesos en la cárcel, como Hussein, Milosevic o Noriega. También los hay que viven un largo otoño de patriarcas en el poder, ignaros de las grietas que comienzan a corroer sus regímenes. Y hay dictadores como el nuestro que, despojados del poder y esquivando la justicia con argucias, presencian y sufren el desmoronamiento de su obra, el abandono de los cómplices del pasado y, finalmente, el derrumbe de su propio honor militar. Muchos detractores y gente de bien, han esperado y esperan con anhelo la muerte del dictador, ansiosos de dar vuelta la página oscura que él representa. Hay chilenos que incluso llaman a aprovisionarse de fuegos artificiales y cohetes para festejar la noche del deceso. Sin embargo, a la luz de los hitos de una justicia lenta, zigzagueante, pero que finalmente lo acorrala, de la Historia que comienza a juzgarlo con la severidad que merece y del justo sufrimiento personal por el mal que hizo, deberíamos propiciar muchos años más de vida al dictador.

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