Nacer en la Ciudad de los Césares, cuando se ha decidido ser poeta, puede ser una ventaja como una soga al cuello. De las entrañas de 2 hijos de la tierra, sale otro mundo al mundo paridor de sol, agua y luz.Reconocer la poesía de Carlos de Rokha es un deber, es como llevar la cuchara a la boca del hambriento. Construir ciudades dentro de la más grande ha de costar. Versos al aire pueden iluminar la vía, pero hogueras que perduren en el alma son palabras mayores que rigen a las otras. Un vidente que desata su locura en el registrar lo que está y no vemos, la velocidad de hoy es el cuchillo que descuera nuestra libertad. Solo libros de poemas bastaron para viajar por la memoria, para que nuestra vida sea escrita con sangre, de esa que ni el jabón del luto logra remover. Solo terremotos de huesos, encrucijadas en que los segundos dan vida y muerte, un pasaje angosto entre el sentir y el crear, una epidemia que los enfermos hemos dado el nombre de poesía.
GATEANDO CON UN VIDENTE
“Poesías de experiencia última, poesía de rechazo a lo fácil y manido a la facilidad que engaña y pierde” así definía, Víctor Castro redactor de la revista Occidente en agosto de 1973, la poesía de Carlos de Rokha a 11 años de su muerte.Su desaparición no cerró su boca, solo apagó su esqueleto ya que su voz resucita en la del buen lector. Hijo de poetas – Pablo y Winett de Rokha- nace en 1920 en uno de los pesebres más linajudos de la poesía patria. Carlos es el niño diferente, el que sigue las huellas del padre y la madre, ese padre autoritario, que viaja vendiendo sus libros de puerta en puerta por todo Chile, de una madre cariñosa que conquista a su progenitor con solo una fotografía impresa en su libro.El poeta-niño llega a la vida no haciendo caso de la gente que lo rodea, evitando desconcentración alguna aunque los tranvías, al escuchar su voz, se paseen con el peso de sus fierros por el gran Santiago de los años 30’. El niño trae consigo un romance fogoso con el idioma, amparado en una intuición de sótano, dulce, de la lírica chilena.Apoya su cabeza en libros de autores-bestias tan distintos como Bretón y Huidobro, Góngora y Humberto Díaz-Casanueva, pero por sobre todo, aquel niño que lo seguirá el resto de su vida, transformándolo quizá, en ese amigo imaginario: Jean Arthur Rimbaud.Desde niño, Carlos, se muestra como una persona distinta, impermeable en su contacto con los demás y de una inteligencia que pocos se podrían jactar. A los 11 años, según los mitos poéticos, se pierde de su casa por 3 días y vuelve como si nada hubiese pasado. A los 13 sin la ayuda de nadie aprende a hablar el francés y comienza su vida en la poesía.Para cualquiera este es un caso extraño, esa videncia absoluta que tenía lo lleva a escribir versos profundos, de un orden creado bajo su pluma, aunque también en ocasiones, a los pabellones del Psiquiátrico de Santiago.“Poemas de un niño visionario que conservó hasta la muerte un extraño acento infantil y don alucinado de fantasía creadora” palabras de Ignacio Valente en “El Mercurio” -19 mayo de 1968- explican la fuerza del poeta que jamás dejó de ser inocente. La llegada del surrealismo a nuestro continente fue formando la letra que atezó posteriormente en su mundo de llamas e irrealidades.No hay mucho donde buscar sobre la vida de este connotado poeta, oscurecido por gobiernos y monstruos de la poesía nacional –incluidos entre éstos su padre- De Rokha jamás apuntó a la fama, eligiendo el camino de regreso a su intimidad, su hogar, su vida.
“... EN EL INSOMNE HUÉSPED QUE SOY CUANDO DE NOCHE ENTRO EN MI SER VISIBLE”
Ya crecido, Carlos avanza hacia un clímax deseado en el mundo de las letras, también se transforma en un amante de la pintura. Crea con facilidad y publica su primera obra en 1944 “Cántico Profético al Primer Mundo” Santiago Ediciones Multitud, dejando mostrar su pluma al grupo surrealista nacional que dio a luz en 1938, no perteneciendo a este racimo literario dado que es bastante más joven que sus iniciadores. Después sigue su derrotero a disposición de las palabras y en 1956 aparece “El Orden visible”.Como señalara el poeta Enrique Lihn en el prólogo de la obra Memoria y Llaves “La poesía de Carlos de Rokha es de las que saldrían gananciosas si se historiara, verdaderamente, el total de nuestra literatura. Con caracteres propios e inconfundibles, la obra de De Rokha registró todas las inquietudes expresivo-formales que han coadyuyado al desarrollo de una pequeña, pero brillante tradición literaria”.Los versos del poeta están llenos de fuerza, llamas, muerte, vida, es el caminante en un universo, que sin duda es el nuestro, refundado en su escritura. De salmo en azul: “No sé sino llorar, a veces / en que un anís de angustia nos consume, / en que tú vienes y ordenas el pan que clama por el cielo, / en que yo ordeno mis salmos dolorosos como huesos / de hebreos / en que una manzana enviuda de su piel / y el mercader del trigo retorna a su país, / entre espuelas de aceite y hachas de borde cruel. / ¡Ah! Olvidé mi ser entre puros recuerdos del retorno / ¡Y nada existe ya, nada, nada; / sólo la quinta esencia imposible del hombre!”Palabras de verdad que se cuelan entre los huesos, en un mundo inventado para quien quiera habitarlo.Prosigue su carrera literaria llegando 1961, año en que logra el primer premio Juegos Municipales Gabriela Mistral con su obra “Memorial y Llaves”. Con una poesía eufórica y auténtica casi no necesita de adjetivos ni aclaraciones, porque su voz emerge desde el interior del alma. “No sé si soy un temblor antiguo en la clepsidra / o un espacio de viento en los helechos. / He de volver, palomas en los vidrios. / He de ir, violines de la espuma, / gallos del diamante, gaviotas de la lluvia”Poeta visionario, que surge a la vida a través de él mismo, sin complicaciones, solo siendo y sintiendo en este mundo en el cual pareciese que todo estuviera prohibido.En 1962, a solo un año de ser laureado, vuelve a ganar idéntico certamen pero ahora se impone con “Pavana del Gallo y el Arlequín” bajo palabra de Gonzalo Orrego en “La Tercera de la hora” en sección “Libros y más Libros” (sin especificar año ni día) en la poesía que vierte De Rokha siempre lo encontraremos como un personaje torturado por la maldad del hombre, siempre hablante, siendo él lo más importante de su poesía.“Siempre habla de si mismo, como hace el verdadero poeta, pero a veces lo hace más directamente. Se diría que se veía como un Cristo martirizado por los pecados del mundo”He aquí una muestra de la invención poeta: del poema De Profundis “Mas la espalda, llagada doliéndome el costado, dando / perdón al denodado / enemigo que soy de mi mismo y de mi alma. / Solitario por dentro, fatigado, / Sin esperanzas como / Un Cristo de abisal perspectiva / Sobre el madero de mi columna vertebral crucificado / Por los días que vivo buscando una respuesta / A la angustia que asalta mis ojos cuando duermo
...”“UNOS INSTANTES DE LUCIDEZ... Y EL ALMA QUEDA CONVERTIDA EN UN MONTÓN DE RUINAS”
Karl Jaspers
El dolor es persistente, lo persigue en su tierra de llamas, quema su mundo paradisíaco, intenta intervenir sin ruidos que afecten su armonía, renueva el mundo con su abecedario privativo, denuncia en su silencio la invención de otra realidad, únicamente alcanzable a través de los ojos de un niño atrapado en el cuerpo de un hombre solitario.Establece su propia ley con la que rige los tiempos interiores de la tragedia que se vive del otro lado de su ventana, se enfrenta a tiroteos mágicos de boca en boca, escuchando solamente su intuición, naciendo el poeta trágico y porfiado, que larga su lengua para incendiar ciudades, mares, sembradíos, como un sol desnudo, como la capa y la cola del diablo.Poeta que apasionó hasta después de su muerte, incluso en “discursos póstumos” publicados en la prensa, en donde cada quien intenta interpretar de la mejor manera la partida de De Rokha, quedándonos quizá con la más significativa, la del poeta Eduardo Anguita “Fue su última etapa, sin la cual él no se habría visto plenificado como hombre y como instrumento del verbo. Después murió. La grave seriedad de su experiencia no podía traerle otro suceso más justo que su muerte. Vivir, después de eso, creo que le habría resultado trivial, insignificante e incomprensible”.Carlos de Rokha deja de existir el 28 de septiembre de 1962, dejando una riquísima obra para las generaciones futuras, aunque el recuerdo sea siempre frágil y sus libros hayamos tenido que sacarlos del viejo polvo.
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