12/11/2007

Tango de Valparaíso

VALERIA ZURANO

“-estos muertos son míos

(señalando las palabras)

-estos muertos son míos”.

Antonio Carrera

 

No puedo saborear la sombra de esta primera persona magullando las palabras en la cavidad de la boca porque es imposible esbozar alguna mueca, apenas una ínfima mueca en un rostro que vuelve a ser el semblante del extraño perdido en el laberinto de la definición. Entonces, me veo obligado a cambiar el tiempo del hablante, un hablante que puede tomarse ciertas atribuciones porque es el yo del relato. La realidad amenaza con su filo en el cuchillo de mi cuello, un cuello que actualmente es casi muy parecido al cogote degollado de una gallina. No quisiera abandonar este presente ya que desde aquí puedo hablarte de mis miserias, mientras el pasado propone una mezcla de sueño y recuerdo, la nostalgia del tango de la vida.

Tengo la mitad de mis dedos, pero con el resto, con lo que queda, con la música del silencio enciendo un fósforo y arrimo al fuego un jarro con agua. Hace años que he perdido la fuerza para soplar, por eso dejo que el fuego consuma la madera, dejo que se consuma, y aunque uno tenga la impresión de que esto sucede rápidamente, me detengo a hablar de ese supuesto instante, el momento en que el fuego, esa llama diminuta arde hasta el final.

Ese lapso de presente hace una estadía de pasado en mi alma, y entonces, cuando caigo en estos avatares la incertidumbre aparece como si fueran cucarachas, salen de atrás de los muebles, se enmarañan en mi pelo, se escurren por la ropa. Pero hay certezas que crecen, verdades que siembran el camino, hermosas y tangibles verdades, innegables como nuestra existencia, como la llama que continúa ardiendo. No te recuerdo con la mente sino con el corazón, aunque esto mas no sea una apreciación personal de la fuente donde podría surgir la memoria. Y ese es justamente el motivo por el cual trasladar mi condición de hablante hacia un pasado podría ser no sólo peligroso, sino en esta frágil situación, algo tentador.

Los movimientos tocan los límites, el despojo de un cuerpo que cada mañana se abandona a la suerte de los barrancos. Un trozo de pan cae al piso, está a menos de dos centímetros de esta mano, me estiro y la silla tambalea, pierdo el equilibrio, me deshago como las migajas. Digo -perdí el equilibrio – y abruptamente oscilo entre el presente y el pasado. Un pasado que no puede ser nombrado porque es la historia del presente, es el viaje que ha dejado una estela de tiempo dibujada en los años, y que ahora, habría llegado el momento de sellarla.

Nada de lo que pueda decir tiene demasiada importancia cuando las palabras dependen de la llama que se consume, esa llama pequeña que sigue ardiendo en la oscuridad de la habitación. La duración del fuego corresponderá al tiempo del relato, y es lo que tardaría probablemente en consumirse un fósforo, lo que tardaría en consumirse la vida, la unión del recuerdo evocado y la imagen del presente.

La lumbre inconstante e irregular permite entrever las fotos de algún país lejano, porque siempre es un país lejano. El mundo de un hombre guardado dentro de esa caja que se tiñe del color del fuego porque es fuego, porque es ceniza, porque es el destino escrito, es la única forma que puede decirse destino sin decirlo, sin saber que todo lo que se ha dicho, todo lo que se ha hecho, es para no decir esa palabra.

La fuerza de una caja que se abre y empapa el aire con el perfume del pasado, el hado de un cofre que promete regresar a la incertidumbre de la oscuridad, ese fue el escondite donde mis putas guardaron celosamente los recuerdos del desequilibrio. Pero el amor es olvidarse que se está amando y siempre te olvido, continuamente te olvido, hasta que vuelves inmortal y bella como una esfinge, y juro que es la última vez, y me perjuro una venganza porque sé que tu elección es premeditada y oportuna, porque sé que una venganza podría subsanar la diferencia entre mi espantoso final y tu inmortalidad.

Los días son como la espuma del mar que arde con el viento y que al llegar a la orilla se desintegra. En las orillas de estas manos ha desaparecido tu rastro, y por eso ellas han arrancado las puntas y las orillas de mis dedos para atesorarte como yo lo hubiera hecho. Mi pequeña niña; la espuma que vestía las olas te ha llevado a su mar frío y azul. Ay! Mis pequeñas nadies, fueron tan gentiles de arrancar las costas de mis dedos y guardarlas cuidadosamente para el resto de los días, fueron piadosas en guarecer esta cordura dentro de sus manitos blancas porque siempre se han apiadado del silencio.

La lumbre va haciéndose débil, el mundo va apagándose pero sobre la caja descansará la tierra del tiempo, la tela entramada de los días cubriendo los ojos para observar entre tinieblas la belleza de la que nunca tuvo rostro. Tu vaguedad al ritmo enloquecido de la llama parpadea, y siento el deseo de abrazarte, siento el agotamiento de saber que jamás te he tenido. He deseado vestirte como a las otras, que seas como las otras, como las que vienen ahora y en esta asquerosa mugre igual intentan tocarme. La flama me desquicia junto al recuerdo imperante en la necesidad de construirte.

Y parto hacia esa tarde en el bar La Playa donde fumamos unos cigarros y tomamos el licor de los que no están. Hubiera querido secuestrarte con la furia de los pescadores, con la rudeza de los marineros. El ancla del barco como si fuera el péndulo de un reloj que condena, como si fuera la brújula del destino, como si fuera la balanza de la justa verdad. Ay mi pequeña puta, eras el nombre prohibido, el vocablo que se disuelve en la boca, aunque ahora esta boca haya quedado sepultada en el error del pasado, de querer y no poder, de ser la agonía de los que una mañana no pudieron nacer porque ya estaban sepultados.

Tus pasitos inquietos en las escaleras de los cerros. El puerto de Valparaíso abrazándonos, querida nadie. Un puerto que tiene el poder de susurrar su historia, la historia de sus muertos como una canción disfrazada de brisa marina. Un puerto que fue demasiado lugar para alguien que no es nadie. Siempre es un puerto el sitio donde los muertos pueden venir a buscarnos. Como este puerto abandonado cómplice de un río que quiere llevarme a sus fondos. He procurado que sea la palabra más trivial e insignificante la que pueda nombrarte, para luego reírme con ese tono grave y fanfarrón, mi nadie, mi pequeña niña que todavía no ha nacido, mi pequeño silencio bañado de miedo, de sangre.

En la plaza de Valparaíso me he batido a muerte en un mano a mano de cuchillos por tu nombre de nada, por tu cuerpo de mariposa nocturna. Una mariposa de alas prominentes y negras que no conocía su itinerante recorrido hacia la desaparición. La mariposa que ahora se posa sobre la superficie áspera de esta caja y me condena a desearme a mí mismo. Su cuerpo peludo y negro sobrevuela la habitación, me está buscando, sé que quiere posarse sobre mi rostro. Las migas de pan siguen desparramadas en el suelo. Es apenas un insecto pero de todos modos sabe demasiado. Quiere entrar en mi boca. Se estrella contra los labios. Es el cuerpo de la palabra que quiere entrar en la boca. Las pequeñas putas han venido a adorarme y a cambio tomarán el territorio del deseo, entrarán en mi cuerpo como la daga que esa tarde en la plaza de Valparaíso se clavó en el costado de mis costillas. Luego la sangre comenzó a teñir el empedrado y pensé que tal vez no valías la pena.

Esa tarde saqué mi cuchillo por mis pequeñas putas; las niñas de nadie, mis niñas. Pero ninguno es como tu cuerpo cuando venía de noche y se enterraba hasta el fondo de mi boca, ninguna habría podido igualarte porque desde niño supe tu existencia y desde entonces he comenzado a buscarte, a soñarte simple y compleja, a dibujarte desnuda o vestida de luz. Me he ganado la muerte por tu culpa. Por decirte y decirte cada noche de duelo cuando el duelo aún no podía elegirme. Me habían jurado la muerte, y fue así como el filo se enterró en mis pulmones, de esa misma manera ahora el filo de esas alas flagela mi piel, la piel con la cual te disfrazás y podés volver. El cuerpo se desplomó en la plaza, esa tarde cuando en Valparaíso caía el sol, mientras te desvanecías junto a los extraños rostros que se acercaban y pregonaban mi muerte.

Me revuelco en esta falta de todo, en esta necesidad de espantarte cuando disfrazada de mariposa nocturna regresás para fastidiarme y reírte. He dado mi vida por vos, pequeña niña, siempre haciendo la constante sombra de un femenino en la pared del lenguaje, en la pared donde todo puede ser dicho, todo puede ser escrito, pero yo he preferido callar para salvaguardarte de ese abismo.

Y por fin, lo que vos y ellas deseaban, el charco de sangre buscando el cauce de las baldosas, buscando la salida hacia el pacífico. Los barcos tocando los graves silbatos y las proas blancas resplandeciendo en el mar azul. Tus sueños de nadie haciéndose realidad mientras las pupilas intentaban atrapar, desde ese plano a ras del piso, la última visión del horizonte en un océano que es cómplice del atardecer.

Pienso mientras arde este último destello que voy a cortarte las alas, a quemarlas con este tierno fuego que se consume, simplemente para que no vuelvas, aunque sepa que vas a volver una y otra vez, aunque persiga esa idea de vengarme y sienta culpa cuando sé que él único que puede quemarse es el que está dentro del texto, es el que tiene los huesos gastados y el cuerpo carcomido, es el que padece un encierro entre puntos y comas, es el que ha buscado explicar lo inexplicable únicamente para dañar tu orgullo.

No puedo tocarte con las yemas de mis dedos, y me siento dichoso cuando algo es efímero y liviano como el aire de ese puerto, como tu voz de mujer de tiempos añejos, como el pasado de una ciudad que está sitiada de mentiras, de un país que está detrás de la llama que ya se ha consumido y sigue tambaleando en el borde del mundo, el borde de la gran boca del mundo, la boca de un hombre que no es como yo porque se parece a ella, y es la lengua de un país que se ciñe a la búsqueda desesperada de la última noche para hacer los hijos que vendrán.

La astilla retorcida se ha hecho cenizas y la oscuridad invade el recinto. El cuerpo de la palabra ha desaparecido momentáneamente, se llevó sus alas y el aire necesario para que esas alas narraran la historia. Pero muy a mi pesar, donde te sé irremplazable, observo las cinco pequeñas migas y te pregunto; ¿cómo llenar los huecos sin usar alas de mariposa para decir la historia, mi querida nadie? Cuando los que no fueron, los que no pudieron ser regresan a buscar implacables para ahogarnos en el mar de la venganza, y yo te he malgastado en la podredumbre de mi boca, te he engañado con otras y he injuriado tu nombre, demasiados años negué tu nombre, te he adjudicado la culpa de mis miserias, aunque siga aquí cantando que he dado la vida por vos; -palabra -y me las has arrebatado.

11/27/2007

Esta delgada luz de tierra , poemario de Reynaldo Lacamara

por Gregorio Angelcos

Estructurado sobre cuatro conceptos esenciales para la creación de una obra poética: Memoria, reconocimiento, la palabra, el poema, Reynaldo Lacamara se reencuentra con el pasado crítico en que vivió la sociedad chilena, para dignificar y revalorar la vida de quienes como Jorge Yánez, poeta asesinado en Constitución por la dictadura, dejaron un legado de imágenes constituidas por una concepción ética que, trascienden el contexto de su naturaleza física proyectándose a través de las nuevas generaciones, en una simbiosis de intelecto, sensibilidad y experiencia de vida.

El poeta es sutil pero categórico en el tratamiento del lenguaje, carece de toda retórica como hablante lírico, es cáustico entre líneas con los instigadores de la muerte, y refractario en la forma de concebir y crear su poesía.

Distante del consumo y las modas transitorias en el ejercicio de la literatura, va construyendo sus versos como un orfebre que modela una pieza única e indivisible, con la habilidad propia en este caso de su imaginario, donde no se reproducen las destemplanzas de un lenguaje ciego y coyuntural tan propio de la poesía que reconstruye el pasado desde la memoria.

En Esta delgada luz de tierra, se reemplaza el odio por la reivindicación del derecho a la vida, la venganza por la trascendencia, la rudeza de las palabras, por la sensibilidad y la belleza en la búsqueda de un lenguaje que exprese con exactitud lo que el poeta busca decir y socializar como mensaje poético a través de este texto.

Dice el poeta: Sueño que me sueñas / y entretanto / la mañana se demora. / En esta delgada luz / ¿Cómo soportar el insomnio que me ciega? / Para toda suerte / la noche vuelve a los ojos del que calla.

Extraña interacción entre voces que se comunican sin que existan palabras para hacerlo, son las energías invisibles de dos hombres que se piensan en una realidad que gira en forma circular, y que luego se desenrolla como un hilo silencioso que rueda a través del tiempo sin detenerse.

Reynaldo sueña con Jorge, y Jorge sueña con Reynaldo, en una síntesis donde la vida y la muerte son trascendidas por la construcción poética del primero, creando un espacio de contacto y complicidad entre ambos. Este es el valor de la poética de Reynaldo Lacamara, superar los fenómenos objetivos, romper con el tiempo y espacio real, para crear en el poema, una luz por donde transita la vida de un hombre que fue asesinado, y del poeta que lo rescata desde su memoria para reincorporarlo a la vida, permitiéndonos la posibilidad de percibir su existencia más acá de la muerte.

Una hoja cae / pierde el sentido. / Se ordena una palabra / antes que una palabra ordene. / ¿Por qué una voz / me sujeta? / En la hoguera de otros actos / se desenlaza ingrávida la lengua.

En esta etapa del poemario, los desdoblamientos alteran las convenciones y las disciplinas formales. El texto se crea si mismo, el poeta permite que su imaginario se libere y fluya con entera libertad, impidiendo que la palabra se convierta en autoridad por si misma. Se anexa el fuego que se destempla quemando las insuficiencias de una retórica, que anula la expresión con su carga de inconsciencia verídica y reveladora.

En El Reconocimiento dice el poeta: “En los caracoles te conoceré / en tímpanos profundos de tierra convertida”; redescubriendo al hombre entre la naturaleza, creando de paso la inmortalidad a través de la conversión de la materia en un ciclo de readaptación permanente y perenne; para luego cerrar su búsqueda y recrear su encuentro para iniciar un nuevo ciclo de comunión y comunicación. He aquí los siguientes versos: “A La tierra trizada / donde estarán los huesos / y al humus de los recuerdos, / hasta la enmudecida greda / llevaré mi pensamiento envuelto / y esperaré / tu respuesta / y silencio”.

En La Palabra aparece la conciencia lucida y vital: “Si antes era pálido / ahora / una leche perdida en la niebla / me subsiste, / como mis dientes y mi hambre. La verdad es uno de los antecedentes relevantes que potencia el significado de las palabras del poeta, y la autenticidad para develarse a si mismo frente a esta tragedia mayor, que es el asesinato de un poeta. Nada más absurdo, pero nada más necesario para las tiranías a quienes les duele, los lacera la presencia de un hombre que es capaz de dar cuenta de la realidad de otros hombres, que son capaces de reducir la vida al contexto de un infierno que incinera las almas libres, y subordina a los que culebrean entre sus miedos y las discrecionalidades de un poder sustentado en el crimen.

Por eso la palidez del poeta, el sufrimiento síquico que se expresa en los cambios de textura y de color en su piel, impregnándolo de una nueva y sólida lucidez que lo transportará con una identidad compartida entre el pretérito de su templanza y la validez de su experiencia poética cognitiva.

En El Poema, aparece “el lento velero de las esperanzas”, “rodeado de acantilados violetas y ropaje frío”, “huyendo de róbalos que te persiguen”, “estás muerto pero me vives”, “te envío la carta precisa”, porque “hay una delgada luz de tierra / que alumbra el nacimiento de un poema”.

Y en este poema se reencuentran Jorge y Reynaldo, con la profundidad de sus océanos, con la estética y la sutileza de las palabras empleadas para la acción de crear, con la dinámica del viento que penetra la conciencia de Lacamara para invitarlo a decir lo que no se dice, y lo hace con justicia, con precisión poética, imbuido del dolor necesario, y del optimismo de quien revive en el texto a un hombre que alcanza una sólida eternidad a través de Esta delgada luz de tierra, una obra que nace para incorporarse a los espacios que reconstruyen la memoria con belleza y plena autenticidad.

10/31/2007

ENTREVISTA CON LA ESCRITORA ARGENTINA VALERIA ZURANO

Con motivo de la Realización del Encuentro Internacional de Escritores, CHILE TIENE LA PALABRA: Latinoamérica en el corazón; a realizarse en Santiago y Valparaíso entre los días 2 y 6 de noviembre, hemos conversado con esta destacada poeta argentina quien visita por primera vez Chile, en el marco de este importante evento de la cultura, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile.

Valeria Celeste Zurano nació en Buenos Aires, Argentina, el 1 de julio de 1975. Estudió Derecho en la Universidad de Morón, y actualmente cursa la carrera de Licenciatura en Comunicación Social en La Universidad Nacional de La Matanza. Ha editado su primer libro en forma independiente bajo el título de Barco en Llamas, con un sello de autor (Escritores Independientes Unidos.) Actualmente, su segundo libro, Las damas juegan ajedrez se encuentra en proceso de edición bajo el sello Alción Editora.

por Gregorio Angelcos

Algunas de sus obras fueron publicadas en distintos medios como en el Diario Clarín suplemento zonal, en 1995. La Nación, Suplemento cultural, en 1995. La Jornada, México, en el 2005. Revista Papalotzi, México, en el 2006. Publicación en Revista Literatos Nº IV, 2006, Buenos Aires.

Ha Obtenido los siguientes premios literarios:

Primer Premio de Poesía Concurso Literario “Leopoldo Marechal”, Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Morón. Segundo Premio Concurso Nacional de Poesía “Alejandra Pizarnik” de Asociación de Escritores Argentinos ADEA, 1994. Primer Premio de Poesía Concurso Dr. Alberto Luis Ponzo de la Universidad de Morón. Tercer Premio Concurso Provincial de Poesía Dr. Guillermo Ara, 1995. Mención en el III Concurso Nacional de Poesía “Cesar Vallejo” de la Asociación de Escritores Argentinos ADEA, 1995. Primer Premio en Narrativa y Poesía en Concurso Literario “Discépolo” organizado por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de La Matanza, 1995. Actualmente lleva a cabo la Edición de una Revista Bimestral de distribución gratuita sobre Arte-Cultura y Diseño denominada Los Otros, la misma es distribuida dentro y en los alrededores de la Universidad Nacional de La Matanza, ubicada la misma en la Provincia de Buenos Aires, lugar que se caracteriza por albergar gran cantidad de barrios emergentes.

P.- Valeria, ¿Cuando y porqué empezaste a escribir poesía?

R.- Comencé a escribir cuentos y poemas cuando tenía siete años, como consecuencia del amor que ya desde niña sentí por las palabras. Todavía no estaba en la escuela cuando leía una y otra vez un libro de fábulas, cuentos y poesías, iba para todos lados con el libro, y recuerdo que quería compartir con toda la familia la belleza que había hallado. Es así como por un lado fue el motivo de haberme enamorado de las palabras, y por el otro lado fue la posibilidad de poder sentir lo que a otros les sucedía, desde niña comprendí la injusticia, el dolor, la desigualdad, la miseria, y entonces, cómo iba a hacer para no escribir!.

P.- ¿Cual es el objetivo de tu literatura?

R.- Uno de los motivos es despertar, quebrar las maderas del gran andamiaje de la realidad que propone una pesadilla de inercia hasta el final, poder correr los velos de la mentira para comprender que vivimos en un mundo donde ya hemos perdido las opciones. Todo está estructurado funcionando por un motivo concreto y específico, y nosotros estamos haciendo de engranajes pero tampoco tenemos real conciencia de eso.

P.- ¿Señala a tus autores esenciales y explica porqué?

R.- Los autores con los cuales establecí cierta complicidad literaria son varios, podría nombrar a Alejandra Pizarnik y Olga Orozco que han invitado al mundo oculto de las palabras, ellas me ayudaron a revelar el lado oscuro y misterioso de cada palabra, creo que ellas mostraron una llave. Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo a quienes he podido desmitificarlos y encontrar sabiduría, versiones preciosísimas y sentidas de Buenos Aires, de la paradoja que propone vivir en esta ciudad y también sentirse exiliado. Luego, Marguerite Yourcenar, Djuna Barnes, Proust, André Gide, Clarice Lispector donde he descubierto un lenguaje barroco y ornamentado, el lenguaje poético en la narrativa, los sentidos llevados a la literatura. Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Elvio Romero, Alfonsina Storni, Vicente Huidobro; el compromiso social y testimonial con la palabra. No me considero una gran lectora, ni estudiosa de las letras, no puedo ser ni imparcial, ni objetiva ya que sigo enamorada como cuando tenía siete años.

P.- ¿Cual es tu rol específico como escritora?

R.- No creo que uno tenga un rol específico como escritor, son muchas las esferas que componen la vida cotidiana. Tratando de circunscribir, creo que el tema de la literatura me lleva a ser lo más auténtica posible no sólo a través de la obra sino en distintos planos de la vida, y entonces se genera el compromiso; ser consecuente en acción y pensamiento, y es por ahí donde comienzan los cambios que todos están esperando.

P.- Cuantos libros has escrito y señala cual es el de tu preferencia

R.- La verdad es que no pienso en cantidad de libros, escribí siempre, luego algunos fueron tomando distintos formatos y caminos. Lo primero que publiqué fue un libro que se llama Barco en llamas, es una recopilación de viejos poemas y cuentos, en este caso fue una edición que yo misma armé. Luego escribí algunos libros de poemas y prosa poética; Relojes detenidos a las seis, El gran capitán, El libro de las hormigas, todos están inéditos. Una novela llamada Trilogía de la noche, el libro En boca bien cerrada (cuentos) y una obra de teatro, todos inéditos. Este año he decido editar con una editorial un libro de prosa poética que se llama Las damas juegan ajedrez y que lleva varios años durmiendo en los estantes.

P.- Que te propones con tu participación en el Encuentro Internacional de Escritores en Chile.

R.- Cuando suelo ir a los Encuentros Literarios no me propongo nada en especial, sino lo que los mismo encuentros implican; conocer a otros autores y escucharlos, compartir los distintos sentidos de la literatura, debatir sobre el hacer literario en la sociedad, reivindicar la producción literaria como arte y no como un producto para competir en un mercado cultural.

P.- ¿ Que autores chilenos has leido y que impresión te han causado?

He leído a Gabriela Mistral, a Pablo Neruda, a Vicente Huidobro, a Enrique Lihn, a Nicanor Parra, he sentido en estos autores el leal compromiso hacia la palabra y la literatura latinoamericana. En general creo que la literatura chilena es comprometida, contestataria, social, pero al mismo tiempo sumamente innovadora y de estéticas diferentes.