5/24/2008

Vigencia del pensamiento y liderazgo de Salvador Allende

“Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. Un país donde la vida pública está organizada en instituciones civiles, que cuenta con Fuerzas Armadas de probada formación profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. En mi patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional”.

Discurso del Presidente Allende ante Naciones Unidas

por Gregorio Angelcos

Poco tiempo después los militares chilenos estimulados por una conspiración derechista, y el apoyo financiero de Estados Unidos a través de la Central de Inteligencia Norteamericana, derrumbaron en pocas horas la institucionalidad política nacional.

Suprimieron la Constitución Política del año 1925, rompieron con su condición de Fuerzas Armadas no deliberantes, eliminaron el régimen multipartidista y el sufragio universal, desarticularon los sindicatos y las organizaciones sociales, e instalaron un régimen dogmático, intolerante y represivo. Se persiguió a millones de chilenos por sus ideas y opciones culturales. Todas las libertades posibles fueron restringidas.

El premio Nóbel Pablo Neruda muere de un cáncer, y su casa es atacada y saqueada por los partidarios del golpe militar en cierne, su funeral hasta el cementerio general es seguido por la policía y los servicios de seguridad imperantes. Es el principio de largos diecisiete años de una cruenta dictadura militar.

Quien lea los discursos y las entrevistas al Presidente Salvador Allende descubrirá a un sólido pensador de filiación socialista, cuyo objetivo principal era encontrar una síntesis adecuada a la realidad chilena, en que se conjugaran la democracia con el socialismo.

De ahí, que el proceso de transformaciones llevado a cabo durante su mandato, fuese caracterizado como “la revolución chilena con empanadas y vino tinto”, asociación criolla que establece vínculos entre acción política y tradición republicana.

Nada mejor que cambiar el conjunto de injusticias que subyacían a nuestro capitalismo subdesarrollado, con la alegría que imperaban en nuestras celebraciones de Fiestas Patrias de independencia, en que el país se vuelca a las “fondas” a celebrar con dos elementos cordiales de nuestra gastronomía más tradicional, el vino y las empanadas.

Y así fue entendido por la comunidad internacional, quien abrió su mirada hacia un país pequeño ubicado en el último rincón del planeta, para ver con interés un experimento político único y exclusivo hasta el día de hoy: cambiar las estructuras dominantes en forma gradual y sostenida, con voluntad y decisión, para ofrecerle al pueblo condiciones de vida superiores a las imperantes en la realidad que se vivía en el período tanto en Chile como en América Latina.

Para tales efectos, el gobierno del presidente Allende segmentó en tres áreas la economía, esbozando un criterio en el que cohabitarían empresas privadas, estatales y mixtas, estas últimas de capitales compartidos.

Mantuvo y profundizó el respeto por la libertad de prensa, por tanto, el derecho a la libertad de expresión.

Los partidos políticos gozaron de una amplia participación en el período y por tanto alcanzaron los niveles de representación en el parlamento y en los municipios, de acuerdo con el grado de apoyo ciudadano que alcanzaban en las elecciones libres, secretas e informadas. El país se regía por un sistema electoral proporcional; por tanto, garantizaba la presencia institucional de las minorías.

Allende democratizó el país más allá de las expectativas de partidarios y opositores, quienes se valieron de su gestión para hacer una oposición “de guerra”, ya no era la confrontación entre adversarios, sino, el choque entre enemigos.

La propaganda derechista agudizaba los conflictos con una propaganda conocida como “campaña del terror” para amedrentar a la clase media y a los más desinformados, se hablaba de confiscación por parte del Estado hasta de sus bienes personales, lo que a todas luces constituía una falacia perversa, destinada a preparar las condiciones para su derrocamiento en el corto plazo.

Durante su mandato Allende realizó grandes obras como la nacionalización del cobre, lo que le permite al Estado chileno un usufructo de ventajas económicas sólidas que potencian el erario nacional hasta el día de hoy, una redistribución de la tierra entre los campesinos más pobres terminando con el latifundio, proceso que se conoció como la reforma agraria, y que se había iniciado durante el gobierno anterior del presidente Freí Montalva, Mejoró considerablemente el salario mínimo disminuyendo los índices de pobreza en el país, Profundizó los programas de salud y educación, abriendo espacios en las universidades para los jóvenes de familias de menores ingresos, creó INACAP, para capacitar técnicamente a los trabajadores, fortaleció la banca y amplió la política crediticia para pequeños y medianos empresarios y agricultores, entre muchas otras obras de gestión.

Su gobierno significó un impulso en materia de desarrollo desde una óptica anticapitalista, y todo este proceso de reformas circunscrito a la legalidad vigente y en democracia.

Luego vino el golpe militar en septiembre de 1973 y la dictadura terminó con un sistema amplio y participativo, instalando una dictadura hegemónica, cerrada al debate y proclive a la defensa de los intereses de los grupos fácticos que habían conspirado para derrocar al presidente Allende.

Desarticula todas las reformas y anula las conquistas obtenidas por los trabajadores durante muchos años de lucha sindical, elimina a la CUT, a los partidos políticos, toda forma de organización social, aplica por la fuerza de los hechos la censura en el país, cierra los diarios libres e independientes, confisca sus bienes, desarraiga ciudadanos, expulsa al exilio a millones de chilenos, tortura y mata a los disidentes, y de esta forma va imponiendo un modelo económico que garantiza y privilegia los intereses de grupos económicos nacionales y extranjeros.

Y así transcurren diecisiete años de oscurantismo político y cultural, incinera libros, incluso científicos como las obras escogidas de Sigmond Freud entre tantos otros, regresa a una moral victoriana pero con un claro doble estándar. El objetivo es impedir que fluya algún grado de libertad a través de alguna corriente o propuesta ciudadana. Y a pesar de todas las normas restrictivas impuestas no lo consigue.

La presencia en clandestinidad de las fuerzas progresistas es una respuesta categórica a tanta injusticia y represión, la sombra de Allende, quien marca una tendencia histórica mundial, y persigue al dictador instalado en el edificio Diego Portales primero, y luego en la reconstruida Casa de Moneda destruida por el irracional bombardeo, impide que el tirano perpetúe su mandato.

Sin embargo, el corolario es nefasto, nos lega un sistema democrático intervenido desde su esencia, una Constitución Política echa a su medida, un modelo económico neoliberal, concentrador y excluyente, una realidad política manipulada y circunscrita a una normativa que impide una profundización como la que realizara Allende durante los años de su gobierno.

Por esta razón, al hacer un análisis comparado entre los roles de la derecha y la izquierda en los gobiernos, el diagnóstico es evidente, en primer lugar no existe compromiso de país por parte de la derecha, el contexto que tiende a crear es siempre totalitario, y con tendencia al control y restricción de las libertades públicas e individuales, en cambio, el legado de Allende se caracteriza por la profundización de las reformas tendientes a beneficiar a la mayor parte de la población, que permanece postergada y sometida a formas de explotación salarial dentro de las empresas.

Salvador Allende se caracterizó por ser un líder de criterio amplio, respetuoso de las expresiones intelectuales divergentes de su pensamiento, como sólido representante del universo socialista, actuó para dotar al país de una mayor justicia social, pero, formado en un contexto democrático defendió la institucionalidad existente, inmolándose como un testimonio de lo que un día sostuvo y defendió en su discurso ante Las Naciones Unidas.

Los militares lo traicionaron y así lo sostuvo en su último discurso transmitido por Radio Magallanes, y la derecha ha intentado destruir su imagen pública y privada, sin conseguirlo a pesar de su odio y su desidia.

La obra de Allende es de reconocimiento universal y son miles de jóvenes en América Latina, los que siguen el contenido de sus ideas y de su liderazgo.

2/23/2008

El tren más triste del mundo

Todo análisis poético tiene un carácter interpretativo y esta es una limitación de la crítica literaria. Sin embargo este mismo factor limitante permite que se abran distintas lecturas sobre un mismo texto, y por tanto, un solo texto puede resistir una cantidad de análisis que pueden llegar a ser ilimitados.

por Gregorio Angelcos

Claro está cuando el texto es esencialmente poético, y desde este género es capaz de representar simbólicamente una realidad que, por una parte es extemporánea, y por otra deja de serlo, cuando el poeta se filtra por una ventana cruzando la línea divisoria entre lo objetivo y lo subjetivo, y logra plasmar en su conciencia, y en sus emociones, una verdad que parece indescriptible por lo patético de sus imágenes, pero que la poeta la hace trascender, incorporándola a un espacio donde hace coexistir la desesperanza con los sueños, describiendo un lógico devenir del tiempo aunque por momentos su relato sea atemporal y se sitúe fuera de él.

He señalado dos conceptos para referirme al texto poético de Valeria Zurano, relato y atemporalidad. A través del primero la poeta narra en prosa un viaje en tren, poetizando el tránsito interno y externo del Gran Capitán, desde su interior percibe el paisaje, una secuencia fotográfica que capta con el lente de sus pupilas, y se desborda con el registro que quedará habitando en su conciencia, durante un tiempo indeterminado para ir dándole la fisonomía estética que requiere como proceso esencial un texto poético que en este caso es no tradicional.

Luego, como pasajera de un vagón se deja llevar inconscientemente por una línea de acero por donde giran las ruedas de un medio de trasporte pesado, lento, taciturno, que pareciese ser que no tiene prisa, después de todo, reitera permanentemente el mismo recorrido en forma anodina, es la rutina de un viejo cuyo destino trágico y mecánico es la muerte. Aquí Valería se contacta con una marginalidad que oscila entre la tristeza y el delirio, grupos de seres humanos que se trasladan en busca de un mito. Cada situación esta determinada por un ritual, por uno que otro suceso mágico, y en el intertanto, la aprehensión de esa realidad esta destinada a convertirse en poesía.

El segundo concepto que está presente, y se reitera en el relato poético es el del tiempo, cito algunos versos de la poeta:

El tren se va pero siempre regresa, duerme, desaparece, para convertirse en un fantasma

Perdemos conciencia del tiempo

En la transparente hora de la siesta nos derramamos en las gotas del sudor que nos obliga a invocar creencias de otros mundos

No has podido encontrarme porque permití que mi presencia se filtre por esas pequeñas e imperceptibles fisuras del tiempo

Hay una relación analógica de la poeta con Jorge Luis Borges, porque vive por instantes fuera del tiempo, son ambos en gran medida atemporales. Como Borges, la idea es vivir fuera del tiempo, aunque desconozco si Valeria lo percibe racionalmente.

Borges siempre pensó que podía deshacerse del tiempo cronológico, para darle sentido a su existencia en un tiempo que Octavio Paz definió como el tiempo de la conciencia. Claro esta que Borges al reflexionar sobre el tema señaló: “Pero no sé si es posible, aunque dos veces en mi vida yo me he sentido fuera del tiempo. Pero puede haber sido una ilusión mía: dos veces en mi larga vida me he sentido fuera del tiempo, es decir, eterno. Claro que no sé cuánto tiempo duró esa experiencia porque estaba fuera del tiempo. No puedo comunicarla tampoco, fue algo muy hermoso”.

El Gran Capitán es un viaje a la eternidad, y más que una crónica de un viaje al litoral, es una viaje al centro del hombre, a la constatación de que a pesar de las modernizaciones sistémicas, la vida de miles de seres humanos, es paupérrima, inconscientemente dolorosa, de tránsitos rutinarios, donde el destino final es el no destino, no llegarán a ninguna parte de su propia existencia, la vegetatividad los conduce hacia un terminal donde la muerte los está esperando para brindarles la paz y el silencio, tal vez el equilibrio que neutralice el pesimismo o las pasiones artificiales que se confunden con la felicidad; aunque las carencias continuarán limitándolos en este espacio donde la comunicación se interrumpe, incluso con Dios, porque la antropología que construye los mitos con sus respectivos rituales también ha desaparecido.

Hay en este relato poético una atmósfera de tristeza, tal vez este sea otro concepto que se desprende del texto, la tristeza es una de las emociones básicas del ser humano, junto con el miedo, la ira, el asco, la alegría y la sorpresa. Es un estado afectivo provocado por un decaimiento de la moral. Es la expresión del dolor afectivo mediante el llanto, el rostro abatido. A menudo nos sentimos tristes cuando nuestras expectativas no se ven cumplidas, cuando las circunstancias de la vida son más dolorosas que alegres. Y aunque en este viaje hacia a la ciudad de Posadas en la Provincia de Misiones, nadie llora, con excepción de los niños, sus pasajeros dejaron de volar, perdieron su ingravidez y se desplazan con sus rostros abatidos y resignados por una suerte a la que fueron sometidos y de la que no podrán escapar jamás. Por instantes este viaje me recuerda otro que ocurre en el clásico cuento La bola de cebo de Guy de Maupassant, emblemático autor del siglo diecinueve.

La poesía del Gran Capitán es corte realista intervenida por lúcidos intervalos de ficción.

Todos los días nace un poeta pero muere al día siguiente, porque aunque tratan de decir o de percibir, se entrampan con sus limitaciones en el uso del lenguaje, o quedan atrapados entre sus lugares comunes que son parte de las simplezas necesarias, pero que morirán y serán enterradas en el cementerio de la intrascendencia.

Otros se embarcan en un viaje para introducirse en los laberintos de la muerte, y se desplazan a través de sus imágenes y de su lenguaje para encontrarse con la vida: Curiosa paradoja.

El viaje de Valeria en el tren más triste del mundo es único e irrepetible, fue una evolución hacia la nada, porque sus pasajeros se perdieron entre la nebulosa absurda de la realidad, pero quedaron inscritos en el texto para convertirse en seres dotados de eternidad.

En este caso la poeta es el guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores, que no llegarán, porque el Gran Capitán dejo de transitar sobre los rieles oxidados de su ruta, y quedó abandonado en la estación desde donde Valeria lo abordó para atravesar el umbral del silencio y avanzar hacia la Estación de Castelar, donde seguramente la esperan nuevos proyectos poéticos.

A Fuerza de Mantener las Rodillas Apretadas

Breve ensayo sobre la novela Las Vírgenes Suicidas de Jeffrey Eugenides

Cicely Arancibia A

En la novela Las Vírgenes Suicidas, de Jeffrey Eugenides, confluyen varias corrientes discursivas que constituyen, a mi juicio, la espina dorsal de los suicidios de sus blondas protagonistas: la tragedia griega; un feminismo torpe, propio de los hombres; la modernidad y el consumismo avasalladores; el Apocalipsis de la adolescencia que sucumbe ante el conformismo. La madre-matriarca que simboliza el peso de la tradición, al estilo de Bernarda Alba.

Elevadas a la categoría de deidades, las muchachas de disminuidas figuras y rostros imposibles, dibujan a través de la tragedia los contornos de una suerte de “tipología de la mujer”. En ella aparecen, siempre clásicas, la prostituta, la santa, la mártir, la bruja y Therese, inclasificable esta última porque posee esa simpleza brusca y ese silencio, que la vuelven casi inadvertible. Desde esta mirada, concientemente ingenua, el narrador (observador voyerista) intenta inmiscuirse en la mente de la mujer. Al caracterizar a las niñas como un ser mítico de cinco cabezas y diez brazos, parece confesar que la naturaleza del género que le obsesiona escapa a su entendimiento. Todo lo anterior podría describir a la novela como un instrumento feminista, o al menos pro feminismo, sin embargo, mirada con atención, dicha conclusión se vuelve rápidamente errónea: esta novela encierra un intento de feminismo que no es más que machismo disfrazado, en el que la mujer promedio es reducida a niña o a cuerpo vacío de alma y cerebro, y la mujer ideal es una quimera a la que no se debe jamás descifrar, un mundo ilusorio dentro del mundo real, una Amelie.

Si me preguntan, las hermanas Lisbon se suicidaron para conservarse, para preservar el enigma que les hacia descubrir diariamente a sus imberbes vecinos husmeando por las ventanas, porque sabían que no hay nada más allá de la condición de objeto (excepto pequeñas falacias del mundo, como la felicidad, el amor o el placer).

Y Amelie debe morir.

El suicido como acusativo de la decadencia de la humanidad es tan redundante como incomprendido. En lo personal conozco de cerca aquellos artículos que bombardean como pop-up, luego de que alguien se quita la vida, referentes a la desinformación de los padres respecto de las acciones e intereses de sus hijos, de los efectos destructivos de los medios de comunicación o del atractivo de sectas y estilos musicales vampirescos. Recuerdo aquel repaso de discos. El miedo casi fanático a las carátulas. Es imprescindible buscar una razón cuando la tragedia acusa a sus culpables por todos lados.

Es probablemente cierto que el estado del mundo tenga estrecha relación con los suicidios, tanto como las hermanas Lisbon tienen en la obra de Eugenides estrecha relación con el mundo, sin embargo el suicidio parece estar fijo mientras el mundo constantemente se transforma. Tal vez la metáfora de mundo que constituyen las hermanas Lisbon no tiene relación con una decadencia de la humanidad sino con un estado persistente de ruina que es soportable solo para la mayoría. De cualquier modo, solo tenemos la certeza de que, esta mayoría, siempre se verá fascinada por la lucidez críptica con que el/la suicida mira al mundo, y lo volverá noticia, material explotable, en fin, otra parte reconocible de su constante vulgaridad.

Cecilia constituye el enigma mejor construido en la novela, y probablemente en todo lo que he leído. Ha nacido vieja. Posee esa amargura seca de quien sabe demasiado. Me parece muy relevante que su diario de vida no sea otra cosa que un documento que registra la adolescencia, esencialmente, la de una joven mujer. De esta forma Cecilia se convierte en un sinnúmero de signos, un mensaje en clave que entrega las llaves para entender la conducta suicida, y que explica las razones por lo que lo femenino está tan estrechamente relacionado con este. Un mensaje indescifrable, por supuesto. Las Cecilias como las Julietas, las Ofelias, y las Rominas, serán siempre explicadas, pero jamás entendidas.

¿Cómo, entonces, después de tanto divagar, se puede comprender un libro que no dice nada, que no concluye nada, que simplemente despliega la evidencia para que nosotros hagamos de ella lo que nos plazca? De la misma forma que se arma un rompecabezas. Encontrando la pieza clave.

La señora Lisbon es el hilo invisible que une a todas las hermanas. Representa, como ya lo he dicho, la tradición, la recopilación de reglas arbitrarias y absolutas que persiguen al humano civilizado, en este caso, a la mujer. Pero es también la opresión de estas reglas, porque estas reglas no serían nada sin la colectividad incomprensible que cree en ellas con fervor maniático, ese fervor que te lleva a guardar las apariencias aún luego del dolor desgarrador que significa el suicidio de una hija.

Esta presión, sin embargo tiene un origen, una verdad que puede rastrearse hasta Eva y que nos obliga a temer de los hombres y de las esquinas oscuras, a mantener las piernas juntas, a jugar con las niñas juegos de niñas. A abrir las piernas en la oscuridad, a fumar a escondidas, a copular a escondidas. A ser una imagen impoluta que encierra una víbora rebosante de veneno. Entonces la explicación de aquella ingenuidad conciente, mencionada al principio, se presenta tremendamente obvia. Aquel muchacho que idealizó a las chicas Lisbon hasta la saciedad, quiso realmente rescatarlas, quiso de verdad que vivieran para ser normales hasta la ordinariez, porque comprendió (en mi cabeza, al menos) que todo lo que ellas significaban para él y sus amigos, no era más que un personaje que las hermanitas debían representar sagradamente cada día y que había comenzado a abrir heridas en ellas, a fuerza de mantener las rodillas apretadas. Comprendió, finalmente, que la vida es mucho más agradable cuando se la mira con ignorancia.

Esta es ante todo una novela sobre el estigma que significa ser mujer. Cada vez que nace una, las demás sabemos que será como mínimo víctima de acoso. Sus madres sabrán temer hasta de la familia y las presionarán para conservarse puras, no por fanatismo ni moral, sino porque saben que no hay nada que atraiga más eficientemente el peligro que una niña que acaba de convertirse en mujer.

Más allá de la igualdad de condiciones y posibilidades, del acceso al poder o a los deportes de riesgo, la mujer siempre será mujer y el hombre siempre será depredador. Este es el tronco de la novela de Eugenides. Un intento no de explicar la condición femenina, sino de contarla, de hacerla presente, de traerla a la realidad. Alrededor de este sino, propio de la tragedia griega (o de García Lorca, que viene a ser lo mismo) toman forma otras tragedias inherentes al mundo: su autodestrucción, su morbo, su individualismo -reflejado claramente en los comentarios hechos por los entrevistados en la novela, que siempre desviaban su relato hacia sus actividades, o hacia la propia conciencia. La novela transforma a la tradición que delimita y estigmatiza, en el centro de todos los vicios del mundo.

En un artículo que nada tiene que ver con el libro, aunque está bellamente ilustrado con una imagen de Kirsten Dunst en el papel de Lux, y que probablemente todos mis compañeros leyeron, durante su búsqueda de críticas y comentarios que les ayudaran a esclarecer las ideas respecto de este trabajo, tal como yo lo hice, infructuosamente, se habla sobre la realidad de las mujeres de una región kurda, de fuerte influencia islámica, en la que las mujeres se suicidan para evitar ser lapidadas por sus propios hermanos, luego de ser públicamente deshonradas. A muchas de ellas, quizás la mayoría, se les ha presionado para autodestruirse, llegando a ser encerradas junto a una pistola, una soga o un frasco de raticida, informadas por sus familias de que “la única solución para el deshonor, es la muerte”.

De igual forma las Lisbon fueron forzadas a terminar con sus vidas, aunque probablemente de manera implícita.

Había deshonra en la muerte de Cecilia, que no es permitida por la sociedad ni por la iglesia. Hubo también deshonra en el comportamiento de Lux, en los deseos de Mary, en la rudeza de Therese, en la fe tan cuestionable de Bonnie. Hubo decepción en la carencia de varones y en el estigma de haber concebido una hija “rara”. Todo esto las convirtió, por que no podía ser de otra forma, en aquella caricatura que alguna de ellas dibujó, de una joven con un gran peso en su espalda.

Símbolos como las moscas del pescado o el olor pestilente de la casa, no son más que anuncios de muerte. La evidencia física de aquel virus que se habría propagado con el suicidio de Cecilia, y que se convirtió no solo en la degradación de una familia, sino en la de todo un pueblo, incluso, de un país. Esta degradación es el fruto de la caída de una época, de una forma de concebir el mundo que no sirve más, y cuya cúspide se puede identificar, no en el suicidio de las Lisbon, sino en la precariedad con que sobrevivieron los famélicos últimos meses de sus vidas.

Pálidas, ojerosas, delgadas, derrotadas, como doncellas del romanticismo adictas al vinagre, las vírgenes suicidas constituyen, no el enigma de la femineidad, sino su estigma, la imagen icónica del resplandor virginal, franqueado, destruido de una vez, por el poder narcótico de la muerte.

1/16/2008

Sobre el placer que produce el tabaco

por Gregorio Angelcos

El cuarenta por ciento de los chilenos son fumadores, sin embargo las políticas públicas se empecinan en crear estrategias mediáticas destinadas a reprimir a quienes con deleite, aspiramos el humo de un cigarrillo para conversar sobre la existencia, invadiendo nuestra atmósfera de nostalgias, o simplemente acompañar un café de sobremesa, como un habito social que nos vincula con afecto y una dinámica de comunicación entre interlocutores que comparten en un bar.

Que el cigarrillo hace daño, lo hace, sin embargo, los consumidores de tabaco están plenamente conscientes de la decisión que han tomado, y a pesar de las provocaciones que tienen su origen en las medidas destinadas a una corrección de conducta, la gran mayoría continúa fumando y lo hacen con placer.

De tal manera que el resultado de esta estrategia proveniente del Estado ha ido creando una polarización entre fumadores y no fumadores, con consecuencias nefastas para quienes consideran al cigarrillo como parte esencial de sus hábitos cotidianos.

Aquellos que no fuman y transitan por una calle o se cruzan con otro transeúnte que lleva un cigarrillo encendido, reaccionan con miradas punitivas como si estuviesen enfrente de un sujeto vicioso, digno de sanción, un inmoral que atenta contra las buenas costumbres y el bien común.

Y así, la propaganda antitabaco va creando nuevos y cada vez mayores espacios de exclusión para un número significativo de ciudadanos, que disponiendo libremente de su presupuesto, y haciendo uso de un derecho individual, compran un paquete de cigarros en el quiosco de cualquier esquina de nuestra contaminada ciudad.

No se hasta donde es ético, exhibir sobre el envoltorio de una cajetilla a un adulto mayor enfermo de cáncer por exceso de tabaquismo. Y cuanto de eficacia tuvo una publicidad de esta naturaleza en la disminución del número de fumadores en el país. Puedo señalar que he conocido personas que han tomado la decisión de abandonar el cigarrillo definitivamente, en un acto de voluntad personal.

Por tanto es un ejercicio de conciencia, de reflexión individual, en donde no intervienen factores externos, que sin haber demostrado su eficacia, se constituyen en formas sutiles de represión y manipulación de una conducta que no altera la convivencia social entre individuos que se expresan a través de su diversidad, en una sociedad que teóricamente se propone garantizarla, sin haberlo conseguido plenamente hasta la fecha.

A estas alturas, inicio mi ritual en el silencio de mi escritorio, saco un cigarro del paquete, lo enciendo y lo aspiro, lanzo una bocanada de humo, mientras colocó un CD de Víctor Jara; los primeros acordes me anuncian uno de sus temas más emblemáticos, escucho, mientras planifico la continuación de este artículo que defiende el derecho de los fumadores a no ser perseguidos socialmente por su hábito:

Voy a hacerme un cigarrito / acaso tengo tabaco / si no tengo de'onde saco / lo más cierto es que no pito. / Ay, ay, ay, me querís, Ay, ay, ay, me querís, Ay, ay, ay. Voy a hacerme un cigarrito / con mi bolsa tabaquera / lo fumo y boto la cola / y recójala el que quiera. / Ay, ay, ay, me querís, / Ay, ay, ay, me querís, Ay, ay, ay. Cuando amanezco con frío / prendo un cigarro de a vara / y me caliento la cara /con el cigarro encendido. / Ay, ay, ay, me querís, /Ay, ay, ay, me querís, / Ay, ay, ay.

Fumamos porque el cigarrillo nos produce placer, que es una sensación o sentimiento agradable, que en su forma natural se manifiesta cuando se satisface plenamente alguna necesidad del organismo.

Hay muchos tipos de placer o satisfacción: El placer físico, que deriva de disfrutar condiciones saludables (relaciones sexuales, ingestión de platos sabrosos de comida, por ejemplo) y de disfrutar de los sentidos. El placer estético, que emana de la contemplación y disfrute de la belleza que consiste en el equilibrio perfecto entre lo ideal y la realidad. El placer intelectual, que nace al ampliar nuestros conocimientos y arrancar secretos a lo desconocido para de esta manera poder descubrir y satisfacer nuestras necesidades espirituales y materiales y hacer más libre y consciente nuestro actuar enriqueciéndonos espiritualmente.

Hay distintos tipos de placer físico: el gastronómico, y como extensión de este la degustación de vinos y el consumo de cigarros. El producido por el tacto mediante masaje. El sexual en sus diversas manifestaciones

El placer psíquico deriva de la imaginación, el recuerdo, el humor, la alegría, la comprensión y los sentimientos de equilibrio, paz y serenidad, que granjean la llamada felicidad. El mero pensamiento puede llegar a sentirse dichoso sólo con la imaginación de lo bueno que no se posee ni se disfruta en ese momento. El placer "psíquico" es definido por Platón como el mayor, y abarca también todos los placeres mentales causados al percibir cultura o arte, o al crear.

El intento de castración de un placer provoca algún tipo de frustración en el individuo que es victima de una represión. Y esto ocurre en la actualidad con las políticas públicas de salud. Buscan la protección de la salud física de los fumadores, y contribuyen a dañar la salud mentad, deteriorando su calidad de vida.

Vivimos en un país que ha morigerado las pasiones del hombre a su mínima expresión, ejerciendo sobre sus vidas una rígida normativa moral y ética. Impedir que las personas fumen con total libertad, restringe la expansión de su placer e instala el miedo, en una sociedad que se caracteriza por la construcción de una cultura de la desconfianza.

Por el derecho de los fumadores, es necesario exigir libertad de acción y de opción de un placer que permite el goce complementario, mientras se intenta vivir con un poco más de felicidad.

1/09/2008

Al ritmo de una milonga en un bar llamado Tarzan

por Gregorio Angelcos Once de la mañana en el sector oeste de la provincia de Buenos Aires, es sábado ocho de diciembre, el sol calienta las veredas de la calle Italia y una brizna de aire frío nos humedece el rostro, mientras la poeta Valeria Zurano me informa sobre el contexto urbano por el que transitamos, y al cual ella pertenece desde que su padre iniciara la construcción de su casa hace ya mas de tres décadas.

Nuestro destino la estación de Castelar, una de las tantas paradas por donde transita el popular tren de Buenos Aires, luego de unos minutos arribamos a un bar de fisonomía coloquial, con vitrinas de color café moro desteñidas por el tiempo, y las sombras de un pasado que cobija historias de ciudadanos de esta extensa ciudad. Su nombre Tarzan, como el popular héroe de las historietas norteamericanas de la década del cincuenta.

Su estética se asemeja a uno de los tantos bares de Valparaíso de comienzos del siglo veinte, madera insigne pero deteriorada por el uso infructuoso de los parroquianos que lo visitan, una decoración recargada de fotografías antiguas, carátulas de discos de vinilo de viejos cantantes de tangos que se los llevó el diablo, para amenizar la bohemia del infierno.

En su interior, varios trabajadores de la estación y del circuito comercial de los alrededores que se escapan unos minutos para degustar un buen trago mientras se alterna con una conversación sobre el último partido de Boca, o la asunción a la presidencia de Cristina Fernández, acontecimiento social y político que ocurriría cuarenta y ocho horas después.

Mientras detrás del mostrador, un gordo de pelo largo rizado y tez morena cocina diferentes carnes sobre una parrilla, y el aroma penetra nuestros sentidos, los viejos “muchachos” del barrio beben sin grandes preocupaciones, abundante ginebra y whisky, acompañados de hielo y soda que tintinean anunciando que ya se aproxima la navidad.

Algunos sorben un aperitivo, gancia, que es similar al martini seco y nosotros un bebida de pomelo, nuestra reentre antes de darle el bajo a una copa de ginebra de alta graduación alcohólica, solo para bebedores con experiencia y valientes en busca de alguna aventura etílica que los desvaríe por algunas horas de una cancina y pálida realidad.

Miro hacia un muro y leo un aviso que dice: “ Tarzan, su bar le dice la hora” y en una relación obvia con el texto, un reloj grasiento por el humo de la parrilla nos avisa que ya es mediodía.

Tarzan es un reducto que nos traslada por la nostalgia de los años que se fueron, con personajes que no evolucionaron con la presunta modernización de la vida, que se quedaron anclados en un pasado donde el vértigo no existía, y la tranquilidad de los horarios no conspiraba contra una productividad necesaria y razonable.

Afuera, se siente cada cierto tiempo el ruido del tren que transita del oeste rumbo a Capital Federal, el ingreso y la salida de pasajeros fantasmas que raudos aparecen y desaparecen por sus diferentes ingresos. Es hora de almuerzo y los platos empiezan a transitar entre las mesas de la mano de un garzón benevolente y generoso, que con su mejor sonrisa traslada carnes, morcillas, chorizos y pastas, pura gastronomía popular del bonaerense tradicional, pizzas con diferentes sabores, y nosotros con nuestros jugos gástricos que se desbordan continuamos bebiendo, Valeria una cerveza con hielo, y el que escribe esta crónica, una ginebra de la más antigua tradición, esa que solo los viejos tercios bebían en un pasado no muy remoto. “Hay que ser hombre para beber ginebra pura” me comenta el mozo, y sin quererlo alimenta mi ego masculino y pequeño burgués.

A estas alturas el boliche está repleto de transeúntes que convergen para saciar su apetito, y en forma desenfrenada engullen los diversos platos que salen de la cocina, o de la parrilla del cocinero que suda por la alta temperatura de la madera que se calcina en una base de ladrillos: Todos comen y beben impetuosos, con entusiasmo, como si se tratase de un ritual pagano en que intervienen Baco y Dionisio, en una orgía de placeres mundanos.

A nadie le importa mucho la realidad política del país ad portas de un cambio de mando; “este es el único país donde el marido le entrega el mando presidencial a su mujer” comenta socarronamente un parroquiano, y nosotros debemos regresar a casa donde nos espera un almuerzo con diminutas empanadas y mucha cerveza, son costumbres diferentes a las nuestras.

Pedimos la cuenta, son doce pesos argentinos, algo así como dos mil pesos chilenos, pagamos, el mozo me extiende la mano y me comenta que “ustedes ya tienen una presidenta mujer”, lo miro y me encojo de hombros casi resignado, él lo entiende, recibe el dinero y nos vamos de regreso por la calle Arias. De fondo se escucha la voz de Edmundo Riveros cantando Milonga Lunfarda: En este hermoso país que es mi tierra la Argentina / la mujer es una mina y el fuelle es un bandoneón / el vigilante un botón, la policía la cana / el que roba es el que afana el chorro un vulgar ladrón / al sonso llaman chavón / y al vivo le baten rana / la guita o al vento es el dinero que circula / un cuento es meter la mula y al verres por el revés / si te la echaste tenés / y en la rama se está seco / si andas bien andas derecho / tirao el que nada tiene / chapar lo que te conviene, agarrar lo que está hecho...

Mientras caminamos por Castelar aprecio el silencio, y las arboledas que en gran cantidad se convierten en la maleza de la selva de este bar emblemático que se llama Tarzan, el que sobrevive en el entorno con su atmósfera de poesía, alcohol y gastronomía popular..