8/10/2005

Enemigos de la humanidad Fredy Cancino Las bombas de Londre, nos ponen nuevamente frente a dos ideas que se cruzan y suenan trágicamente en estos tiempos: Occidente y terrorismo. No hablamos de quienes critican (o niegan) el Occidente en nombre del Tercer Mundo, sino de fuerzas que, apoyándose en el sufrimiento, pobreza y humillación de tanta parte del mundo, difunden la ilusión de combatir esos males mediante el terror. El terrorismo ciertamente no es nuevo, hasta podría decirse que es una creación del Occidente y sus fuentes nihilistas, véase Los demonios, de Dostoievski, grandiosa lectura, siempre necesaria. Sin embargo, hay una novedad en el moderno terrorismo: el terrorista suicida. La relación entre medio y finalidad (la propia muerte y la muerte del enemigo) en el suicidio/masacre del terrorista de hoy es una relación invertida: la muerte de inocentes se agrega a la gloria del mártir y al premio en el más allá que le espera (y enorgullece a su familia). Si bien cualquier confusión entre fanatismo islamita e Islam deba ser tajantemente desechada, hay una diferencia notable con la idea de la muerte que tiene la cultura cristiana o laica occidental. El terrorista no busca sólo oponerse, quiere también gobernar. A su modo y con las acciones que le parecen más directas y eficaces, atenazando el sentimiento de masas, difundiendo inseguridad y provocando indignación pública. Pero más que esto, quiere influir, desorientar y gobernar. El terrorista se pone siempre en la óptica del poder, de la producción de un shock que sirva para gobernar después. En otras palabras, producir un cortocircuito en el neurótico mundo de la política actual y de las comunicaciones globales. Las Torres Gemelas que ardían y se desplomaban en vivo ante el mundo es su máximo modelo logrado. La finalidad es permitir al terrorista insertarse, o insertar otros actores en el mundo de las decisiones políticas y económicas. Por esto no se trata de un simple asesinato político o masivo, que podría ser fácilmente atribuido a un sicario cualquiera. El terrorismo actual es una forma de violencia política que se manifiesta donde la violencia política no existe, donde hay una normalidad que pueda enmarcar y amplificar la acción de terror. Un metro o una pizzería ofrecen el mejor cuadro de vidas normales, allí donde la improvisa acción violenta produce mayor trastorno. La otra dimensión del terrorismo contemporáneo es la que suministra la globalización, que no es sólo un fenómeno económico, de capitales que van y vienen. La comunicación instantánea, diversificada e intrincada en miles de medios, ofrece la mejor posibilidad de desarrollo de una estrategia global del terror, diferente a las estrategias locales conocidas en España, India, Colombia o Inglaterra, donde el terror se circunscribía (y se circunscribe) a un tiempo y a un espacio limitados, acciones finalizadas a un objetivo regional. Hoy la estrategia global amenaza desestabilizaciones planetarias, con riesgos de asaltos a centros vitales de la vida civil, desde centrales nucleares a centros neurálgicos de Internet. Es una estrategia que puede desencadenar acciones de terror creciente y guerras de más vastas proporciones. Irak enseña. Para derrotar a los productores de terror, no se necesita otro terror, sino civilización. El bienestar, la democracia y los derechos humanos golpean al terrorismo más eficazmente que el asesinato de cualquier líder armado, candidato a mártir de otros seguidores fanatizados. El camino a recorrer es el de la política y la redefinición de legitimidades que puedan otorgar seguridad a las relaciones internacionales, tomando conciencia de que “lo nuestro” no es sólo el Occidente, lo nuestro es lo humano, todo el planeta con su pluralidad de formas, de valores, de culturas. Antes de la intervención militar, se debe impulsar una estrategia en que la ética de la política, la extensión del bienestar, el mejoramiento de la calidad de vida en todo el planeta y el espíritu de la democracia, sean los instrumentos con los que se gana al delirio terrorista. Para el mundo progresista chileno hay pues, en la condena sin justificaciones al terrorismo internacional, un terreno de movilización ideal, sobre todo entre los jóvenes que marchan, construyen y protestan en nombre de los sentimientos generosos que distinguen esa edad. Está, además, la oportunidad de entregar señales inequívocas de compromiso, sin ambigüedades, con los valores de democracia y de paz en que, aun con imperfecciones y limitaciones, vivimos los chilenos. Y que todos los pueblos de la tierra también merecen vivir.

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