11/27/2007

Esta delgada luz de tierra , poemario de Reynaldo Lacamara

por Gregorio Angelcos

Estructurado sobre cuatro conceptos esenciales para la creación de una obra poética: Memoria, reconocimiento, la palabra, el poema, Reynaldo Lacamara se reencuentra con el pasado crítico en que vivió la sociedad chilena, para dignificar y revalorar la vida de quienes como Jorge Yánez, poeta asesinado en Constitución por la dictadura, dejaron un legado de imágenes constituidas por una concepción ética que, trascienden el contexto de su naturaleza física proyectándose a través de las nuevas generaciones, en una simbiosis de intelecto, sensibilidad y experiencia de vida.

El poeta es sutil pero categórico en el tratamiento del lenguaje, carece de toda retórica como hablante lírico, es cáustico entre líneas con los instigadores de la muerte, y refractario en la forma de concebir y crear su poesía.

Distante del consumo y las modas transitorias en el ejercicio de la literatura, va construyendo sus versos como un orfebre que modela una pieza única e indivisible, con la habilidad propia en este caso de su imaginario, donde no se reproducen las destemplanzas de un lenguaje ciego y coyuntural tan propio de la poesía que reconstruye el pasado desde la memoria.

En Esta delgada luz de tierra, se reemplaza el odio por la reivindicación del derecho a la vida, la venganza por la trascendencia, la rudeza de las palabras, por la sensibilidad y la belleza en la búsqueda de un lenguaje que exprese con exactitud lo que el poeta busca decir y socializar como mensaje poético a través de este texto.

Dice el poeta: Sueño que me sueñas / y entretanto / la mañana se demora. / En esta delgada luz / ¿Cómo soportar el insomnio que me ciega? / Para toda suerte / la noche vuelve a los ojos del que calla.

Extraña interacción entre voces que se comunican sin que existan palabras para hacerlo, son las energías invisibles de dos hombres que se piensan en una realidad que gira en forma circular, y que luego se desenrolla como un hilo silencioso que rueda a través del tiempo sin detenerse.

Reynaldo sueña con Jorge, y Jorge sueña con Reynaldo, en una síntesis donde la vida y la muerte son trascendidas por la construcción poética del primero, creando un espacio de contacto y complicidad entre ambos. Este es el valor de la poética de Reynaldo Lacamara, superar los fenómenos objetivos, romper con el tiempo y espacio real, para crear en el poema, una luz por donde transita la vida de un hombre que fue asesinado, y del poeta que lo rescata desde su memoria para reincorporarlo a la vida, permitiéndonos la posibilidad de percibir su existencia más acá de la muerte.

Una hoja cae / pierde el sentido. / Se ordena una palabra / antes que una palabra ordene. / ¿Por qué una voz / me sujeta? / En la hoguera de otros actos / se desenlaza ingrávida la lengua.

En esta etapa del poemario, los desdoblamientos alteran las convenciones y las disciplinas formales. El texto se crea si mismo, el poeta permite que su imaginario se libere y fluya con entera libertad, impidiendo que la palabra se convierta en autoridad por si misma. Se anexa el fuego que se destempla quemando las insuficiencias de una retórica, que anula la expresión con su carga de inconsciencia verídica y reveladora.

En El Reconocimiento dice el poeta: “En los caracoles te conoceré / en tímpanos profundos de tierra convertida”; redescubriendo al hombre entre la naturaleza, creando de paso la inmortalidad a través de la conversión de la materia en un ciclo de readaptación permanente y perenne; para luego cerrar su búsqueda y recrear su encuentro para iniciar un nuevo ciclo de comunión y comunicación. He aquí los siguientes versos: “A La tierra trizada / donde estarán los huesos / y al humus de los recuerdos, / hasta la enmudecida greda / llevaré mi pensamiento envuelto / y esperaré / tu respuesta / y silencio”.

En La Palabra aparece la conciencia lucida y vital: “Si antes era pálido / ahora / una leche perdida en la niebla / me subsiste, / como mis dientes y mi hambre. La verdad es uno de los antecedentes relevantes que potencia el significado de las palabras del poeta, y la autenticidad para develarse a si mismo frente a esta tragedia mayor, que es el asesinato de un poeta. Nada más absurdo, pero nada más necesario para las tiranías a quienes les duele, los lacera la presencia de un hombre que es capaz de dar cuenta de la realidad de otros hombres, que son capaces de reducir la vida al contexto de un infierno que incinera las almas libres, y subordina a los que culebrean entre sus miedos y las discrecionalidades de un poder sustentado en el crimen.

Por eso la palidez del poeta, el sufrimiento síquico que se expresa en los cambios de textura y de color en su piel, impregnándolo de una nueva y sólida lucidez que lo transportará con una identidad compartida entre el pretérito de su templanza y la validez de su experiencia poética cognitiva.

En El Poema, aparece “el lento velero de las esperanzas”, “rodeado de acantilados violetas y ropaje frío”, “huyendo de róbalos que te persiguen”, “estás muerto pero me vives”, “te envío la carta precisa”, porque “hay una delgada luz de tierra / que alumbra el nacimiento de un poema”.

Y en este poema se reencuentran Jorge y Reynaldo, con la profundidad de sus océanos, con la estética y la sutileza de las palabras empleadas para la acción de crear, con la dinámica del viento que penetra la conciencia de Lacamara para invitarlo a decir lo que no se dice, y lo hace con justicia, con precisión poética, imbuido del dolor necesario, y del optimismo de quien revive en el texto a un hombre que alcanza una sólida eternidad a través de Esta delgada luz de tierra, una obra que nace para incorporarse a los espacios que reconstruyen la memoria con belleza y plena autenticidad.

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