Mi estado
de pobreza no está relacionado con la falta de dinero ni de carencias
esenciales inmediatas, es el reflejo de una incomprensión de los propios
desheredados, a quienes les arrancaron de cuajo su conciencia y los
convirtieron en subordinados, con sutileza, subliminalmente, para que fueran
condescendientes con una forma de vida, basada en el éxito personal y material,
que la naturaleza con su furia se encargó de destruir en unos cuantos minutos.
Por Gregorio
Angelcos
Es una
escena del teatro del absurdo, ver a Piñera convertido en Presidente de Chile
por mandato popular. En las comunas de menores ingresos, la coalición ganadora
obtuvo un encendido respaldo popular, claro está, que la contraparte que
gobernó durante veinte años hizo uso y abuso del poder, marginando de las
decisiones a la sociedad civil por temor a que se produjesen ciertas
inestabilidades sociales, propias de las debilidades del modelo, tales como la
marginación y la exclusión.
Pero con
el sismo, la pobreza quedó en evidencia, fracasaron los índices, las
estadísticas, toda la información tecnocrática se vino al suelo. La miseria era
aún mayor, es claro, nunca hubo distribución del ingreso y no lo habrá con las
nuevas autoridades.
Pero el
enigma, que no es tal, es comprender porque las clases populares renunciaron a
un proyecto de país basado en sus necesidades de crecimiento y desarrollo, y
delegaron su responsabilidad en autoridades que forman parte de las oligarquías
nacionales, a partir de los noventa.
Oscuro
antecedente fue que una concurrencia mayoritaria pidiera la intervención de los
militares para derrocar al presidente Allende, si se considera que además en el
plebiscito del 1989, cerca del 45% del país le pidió a Pinochet que se quedará
en el poder, después de que, haciendo uso discrecional de su autoridad durante
diecisiete violará los derechos humanos, persiguiera y asesinara a personas
opositoras a su régimen de facto, y fuera condenado por la gran mayoría de los
organismos internacionales.
Luego, se
restablece un sistema “democrático regulado”, con un sistema de bloques,
heredado de la
Constitución del ochenta, y la correlación de fuerzas se
mantiene incólume, algunos puntos más y la reproducción instantánea en el
poder, las mismas caras, un cerco cerrado, donde fue imposible penetrar, hasta
que un porcentaje de ex incondicionales se dieron una vuelta en ciento ochenta
grados y le dieron la mayoría al bloque derechista.
Por su
parte, la izquierda alcanza su mayor y limitado porcentaje encabezado por el
mejor nombre a la presidencia: Jorge Arrate, desde la década del noventa a la
fecha, los comunistas logran romper con la hegemonía de los oligarcas, y
acceden a través de un pacto para romper la exclusión con tres parlamentarios,
después de dos décadas.
Pero el
pueblo que vocifera y se muestra disconforme, se uniformiza a la hora de
elegir, y vota consuetudinariamente, no se atreve a experimentar cambios con su
voto, porque tal vez, no tiene demasiado claro a que aspira.
El dilema
consiste en como romper con el conservadurismo, cuando los sectores
progresistas de verdad, aquellos que buscan con vehemencia la transformación
del sistema por uno más humano y equitativo, observan en su experiencia
cotidiana el nivel de estancamiento en que se encuentran.
No tenemos
medios de comunicación, poseemos estructuras debilitadas a través de estos
años, la gente renuncia a la política porque banaliza lo que no comprende, los
grupos de izquierda tienden a cerrarse en ghettos ideológicos y culturales,
dejando de percibir a un pueblo funcional y con problemáticas variables que es
necesario indagar para crear nuevas políticas y otras estrategias.
Las
tácticas del día a día, si es que existen, son imperceptibles, los partidos
están en disfunción con la sociedad civil. Es necesario reprogramar las ideas y
la acción, recurrir a fuentes internacionales de financiamiento, y penetrar el
tejido social para operar desde las raíces a las cuales pertenecemos, los que
tenemos un origen de clase en estricta coherencia con la mayoría de un pueblo
algo inconsciente, algo entregado a la voluntad de los poderosos y de las
estructuras que los mantienen sometidos por reglamentos, contratos, estatutos,
que en general son formas de control y fiscalización para mantener los vínculos
de dominación y de explotación.